Babilonia (3)

BABILONIA CONQUISTADA; ISRAEL VUELVE A CASA

“Esto dice el Señor a Jerusalén: Yo seré tu abogado para defender tu causa y te vengaré. Secaré su río, tal como sus fuentes de agua, y Babilonia se convertirá en un montón de ruinas. Será objeto de horror y menosprecio, un lugar donde no vive nadie… Y mientras están sonrojados por el vino, les prepararé otra clase de banquete. Les haré beber hasta que se duerman y nunca se despertarán, dice el Señor” (Jer. 51:36-39).

            Efectivamente. Así ocurrió. Babilonia tenía una muralla impenetrable. Fue imposible conquistarla hasta que el imperio medio-persa secó su rió y así entró en la cuidad y la conquistó mientras el rey y sus nobles estaban borrachos en un banquete de orgías, burlándose de Dios: “El rey Belsasar ofreció un gran banquete a mil de sus nobles y bebió vino con ellos. Mientras Belsasar bebía mandó traer las copas de oro y plata que su padre Nabucodonosor, había sacado del templo de Jerusalén. Quería beber en ellas con sus nobles, sus esposas y sus concubinas. Así que trajeron las copas de oro sacadas del templo, la casa de Dios en Jerusalén… Mientras bebían rindieron culto a sus dioses… De pronto vieron los dedos de una mano humana que escribía sobre la pared…” (Daniel 5:1-5). El resto de la historia lo conocemos. Daniel interpretó la escritura que anunciaba el juicio inmediato de Dios sobre el imperio babilónico. Aquella misma noche cayó la gran Babilonia tal como Jeremías había profetizado. El año fue 539.

Daniel fue uno de los cautivos deportados a Babilonia en el año 605 con un grupo selecto de jóvenes durante el ministerio de Jeremías. Jerusalén no cayó totalmente hasta el año 586, año en que el templo fue destruido y Jeremías fue llevado a Egipto. Por las profecías de Jeremías, Daniel sabía que los cautivos volverían a Jerusalén después de 70 años, cuando él ya fuese muy mayor. Aguardó la esperanza todos aquellos años. Cuando llegó el tiempo profetizado el anciano Daniel oró al Señor pidiendo el cumplimiento de la profecía: “Era en el primer año del reino de Darío, el medo, hijo de Asuero, que llegó a ser rey de los babilonios. Durante el primer año de su reinado, yo, Daniel, al estudiar la palabra del Señor, según fue revelada al profeta Jeremías, aprendí que Jerusalén debía quedar en desolación durante setenta años. Así que dirigí mis ruegos al Señor…” (Daniel 9:1-3).

Y Dios cumplió su promesa. En el año 539/8 Ciro el Persa libró a los cautivos: “En el primer año de Ciro, rey de Persia, el Señor cumplió la profecía que había dado por medio de Jeremías. Movió el corazón de Ciro a poner por escrito el siguiente edicto…”. El documento dio permiso a los deportados a volver a Jerusalén y reedificar la ciudad y el templo (Esdras 1:1-3). El templo de Dios fue reconstruido en el año 516, es decir, 70 años después de su destrucción, tal como profetizó Jeremías. 

Padre amado, lo único que podamos hacer es caer de rodillas y exclamar en palabras de Nabucodonosor, cuando volvió en sí: Bendigo al Altísimo, y alabo y glorifico al que vive para siempre, cuyo dominio es sempiterno, y su reino por todas las edades. Todos los habitantes de la tierra son considerados como nada; y él hace según su voluntad en el ejército del cielo, y en los habitantes de la tierra, y no hay quien detenga su mano. Aleluya. Así es.