QUIEN ES CRISTO (2)

“Cuando le ví, caí como muerto a sus pies. Y él puso su diestra sobre mí, diciéndome: No temas; yo soy el primero y el último; y el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades” (Ap. 1:17, 18).
Otra vez el Señor Jesucristo glorificado se identifica como “aquel que estuvo muerto”. ¡Parece que, humanamente hablando, todavía le cuesta creerlo! El contraste no puede ser mayor. Nunca más volverá a morir. Está vivo por los siglos de los siglos. Es el mismo Señor, pero en otra forma, ahora glorificado y con todo autoridad. Tiene las llaves de la muerte, porque la conquistó y consiguió el dominio sobre ella, ahora es Juez de vivos y muertos, y determina quién vive y quién muere eternamente. Es el Juez de toda la tierra, Dios eterno.
Jesús es el que fue revelado en el Antiguo Testamento por los profetas: Tanto Isaías, como Ezequiel y Daniel hablaron de Él. Los tres hablan de su trono, es decir, de su autoridad. La visión de Daniel ya la hemos comentado. Vamos a la de Ezequiel. “Miré, y he aquí venía del norte un viento tempestuoso, y una gran nube, con un fuego envolvente, y alrededor de él un resplandor…” (Ez. 1:4). El viento, la nube, y el fuego son todos símbolos de Dios, de su presencia y santidad. Hay ruedas con ojos que hablan de la actividad constante de un Dios que se mueve y todo lo ve. Está acompañado de seres vivientes: “Y cada uno tenía dos alas que cubrían su cuerpo, y oí el sonido de sus alas cuando andaban, como sonido de muchas aguas, como la voz del Omnipotente, como ruido de muchedumbre, como el ruido de un ejército. Cuando se paraban y bajaban sus alas, se oía una voz de arriba de la expansión que había sobre sus cabezas. Y sobre la expansión que había sobre sus cabezas veía la figura de un trono que parecía de piedras de zafiro; y sobre la figura del trono había una semejanza que parecía de hombre sentado sobre él” (Ez. 1:23-26). La descripción de la figura del que está sentado sobre el trono coincide con la que tenemos en Apocalipsis. “Y vi apariencia como de bronce refulgente, como apariencia de fuego dentro de ella en derredor, desde el aspecto de sus lomos para arriba… vi que parecía como fuego… Como parece el arco iris que está en las nubes el día que llueve, así era el parecer del resplandor alrededor. Esta fue la visión de la semejanza de la gloria de Jehová” (1:27, 28).
Jesús es Jehová hecho hombre. Aquí le vemos en la gloria que tuvo con el Padre antes que el mundo existiese. La visión fue tan imponente que el profeta Ezequiel quedó sentado, atónito, durante siete días (3:15). Este glorioso Ser que él vio es el mismo que cargó con nuestros pecados en la cruz del Calvario; estuvo muerto, pero he aquí, que vive por los siglos de los siglos. Antes de su encarnación era glorioso, y ahora lo es también, pero aun en su estado glorificado tiene muy presente su muerte. ¡Y en su estado humano, su identidad divina!: Sabiendo Jesús que había salido de Dios, y a Dios iba, se entregó a los que le crucificaban por amor a ti y a mí.