EL CRISTIANO Y LA LEY (1)

“¿Acaso ignoráis, hermanos (pues hablo con los que conocen la ley), que la ley se enseñorea del hombre entre tanto que éste vive?” (Romanos 7:1).
Lectura: Romanos 7
Una simple lectura de Romanos 7 nos deja con más preguntas que las que teníamos antes de leerlo. ¿Cómo se interpreta? ¿Quién es esta persona frustrada? ¿Es creyente? Si lo es, ¿es un creyente normal, o inmaduro, o descarriado? Hay diferentes escuelas de santidad con diferentes respuestas. No podemos acercarnos a las Escrituras con nuestras ideas preestablecidas para obligarlas a decir lo que queremos que digan, sino para escuchar lo que ellas dicen. Para interpretar este pasaje, hemos de situarlo en su contexto. En este capítulo, Pablo está hablando de la ley en los propósitos de Dios. La expresión “la ley” sale catorce veces en los versículos 1-14, una vez en cada versículo, y treinta y cinco veces desde 7:1-8:4. La pregunta que Pablo está contestando es: ¿Qué lugar tiene la ley en la vida del cristiano ahora que vino Cristo y nos puso bajo la gracia?
Para entender el contexto de este capítulo hemos de hacer un breve repaso de lo que Pablo ha dicho acerca de la ley hasta ahora: Nadie la cumple; no es el camino de la salvación, sino revela el pecado (3:20), condena (3:19), defina el pecado como transgresión cuya incumplimiento acarrea castigo (4:15); de hecho, aumentó la transgresión (5:20). Por lo tanto, la justificación no se logra por cumplir la ley (1:17; 3:21), sino por la fe en Cristo (3:27). La fe en Cristo confirma la ley y la pone en su lugar debido (3:21). Abraham es una ilustración de la persona justificada, no por la ley, sino por la fe (4:13ss). La promesa, la fe y la gracia son incompatibles con la ley. Hasta ahora, todo lo que Pablo ha dicho acerca de la ley es negativo. La ley revela el pecado, no la salvación. Promueve la ira de Dios, no la gracia. Los cristianos no están bajo la ley sino bajo la gracia (6:14). Toda esta información sirve como trampolín para introducirnos en Romanos 7.
Para los judíos, esto tenía que haberles sonado como antinomianismo, la abolición de la ley. Ellos la amaban y se deleitaban en ella (ver el Salmo 119). Pero ellos no son los únicos que no entienden el lugar de la ley. Los hay hoy día que promueven una nueva moralidad y parecen los “sin ley” del siglo XXI. Su posición es que la ley no tiene ningún lugar en la vida cristiana, que lo único que importa es el amor. Citan Romanos 6:14 (“no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia”) fuera de su contexto para justificar su postura. ¿Qué, pues, quiso Pablo decir cuando dijo que ya no estamos bajo la ley? Para efectos de la justificación no estamos bajo la ley sino bajo la gracia; y para la santificación no estamos bajo la ley sino bajo la guía del Espíritu. Pero la ley moral sigue siendo una revelación de la voluntad de Dios. El Señor espera que su pueblo viva una vida de justicia y amor (8:4; 13:8, 10). Hay tres posibles actitudes hacia la ley: el legalismo, el anularla (el “sin ley”), y el libre cumplimiento de la ley. Las dos primeras son las malas y el tercero la buena. (1) Los legalistas viven esclavizados a la ley. Piensan que su relación con Dios depende del cumplimiento de la ley. Procuran la justificación y la santificación por medio de ella. (2) Los libertinos (los que la anulan), van al otro extremo. Odian la ley. Han convertido la libertad en licencia. (3) Los que aceptan el libre cumplimiento de la ley se deleitan en ella, pero reconocen que solo con la ayuda del Espíritu Santo pueden cumplirla.