VICTORIA EN LA BATALLA ESPIRITUAL

“Porque las armas de nuestra contienda no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, destruyendo especulaciones y todo razonamiento altivo que se levanta contra el conocimiento de Dios, y poniendo todo pensamiento en cautiverio a la obediencia de Cristo” (2 Cor. 10:4, 5).
En la batalla espiritual tenemos el enemigo evidente de la persecución y además, el enemigo escondido interior emocional de la depresión, la duda, la amargura, la queja, la insatisfacción, el desánimo, la preocupación. Para vivir en victoria hemos de aprender a pensar según la Palabra de Dios y no según nuestras emociones. Entonces podemos seguir predicando el evangelio con poder a pesar de todo. Vamos a entrar en un poco más detalle sobre este tema.
Daniel tenía el enemigo evidente de una sociedad pagana que empleaba la persecución contra los creyentes para eliminarlos. Él ganó la victoria “menospreciando su vida hasta la muerte”. Él era un hombre disciplinado en sus emociones. No vivía en temor o angustia. Seguía adorando a Dios en contra del orden del rey con toda estabilidad emocional. Se fue tranquilo, con fe en Dios, al foso de los leones.
El gozo del Señor es nuestra fortaleza para la batalla (Neh. 8:10). Si estamos abatidos emocionalmente, si nos sentimos culpables, si estamos desalentados, si hemos perdido la paciencia en medio de la prueba, ya estamos fuera de combate. El enemigo ha ganado sin luchar, no ha hecho falta, ¡porque nosotros hemos hecho las veces del enemigo! Somos nuestro propio enemigo hasta que no aprendamos a parar, considerar nuestro estado emocional, y aplicar la Palabra de Dios a nuestra situación. Hemos de aprender a pensar según lo que dice Dios en lugar de lo que dicen nuestras emociones. Entonces podemos enfrentar el enemigo con el arma de la Palabra y quitarle de en medio. Por ejemplo, si piensas o sientes:
Si estoy desanimado a causa de la situación de mi iglesia, recuerdo que Dios ama a estos hermanos, me pongo a amarles con su amor, y orar por ellos (1 Jn. 4:11).
Si estoy abatida y ya no puedo más, recuerdo que “todo lo puedo en Cristo que me fortalece” (Fil 4:13). Recibo ánimo fresco de parte de Dios para seguir adelante.
Si estoy molesto con alguien, recuerdo que tengo que perdonar si quiero que Dios me perdone a mí, y lo hago (Mateo 6:12, 14, 15).
Si creo que Dios se ha olvidad de mí, recuerdo que me ha amado con amor eterno: “Con amor eterno te he amado” (Jer. 31:3).
Si me siento culpable, condenada, rechazada por Dios, recuerdo que “con una sola ofrenda me hizo perfecta para siempre” (Heb. 10:14).
Si pienso que Dios nunca puede perdonarme, recuerdo que “la sangre de Cristo me limpia de todo pecado” (1 Juan 1:7).
Mi responsabilidad es reprogramar mi mente según la palabra de Dios, aprender a pensar según las Escrituras, y no según mis sentimientos. Con la Palabra puedo destruir las fortalezas del enemigo en mi mente, ¡desde donde me atacaba desde dentro! (2 Cor. 10:4, 5). Así puedo conseguir la victoria sobre el enemigo.