LA PARABOLA DE LAS DIEZ VIRGENES

“Entonces el reino de los cielos será semejante a diez vírgenes que tomando sus lámparas, salieron a recibir al esposo” (Mateo 25:1).
Lo que va a pasar cuando Cristo vuelva es semejante a la situación que se da cuando diez vírgenes salen al encuentro del novio. Cinco eran prudentes y cinco necias. La diferencia entre unas y otras no está en su fidelidad, como ocurrió en la parábola anterior del siervo infiel, sino en que las insensatas no tomaron aceite. Lo más insensato posible es estar engañado, creyendo que soy creyente, cuando no hay ninguna evidencia al respeto. Las diez creían que iban a las bodas, pero cinco quedaron fuera. ¿Estoy preparado para la venida de Cristo, o no? Las lámparas en esta historia eran antorchas que tenían paños en la parte superior que se impregnaban de aceite y se encendían. No es que el aceite de las insensatas se terminara, sino que no tenían ninguno. Cuando encendieron el paño, este se quemó rápidamente y se apagó, porque no tenía aceite.
Esta parábola inventada por el Señor es sorprendente. El equivalente moderno sería si el novio llegase a la iglesia para celebrar la boda ¡a las tres de la madrugada! Tardó tanto que todas durmieron. Con este detalle el Señor está diciendo que tardaría en venir. La novia no sale en esta historia. Las vírgenes son los seguidores de Jesús, la iglesia. Sale el aviso que llega el novio. Las sabias empapan sus paños con aceite y las necias descubren que no tienen aceite. Piden de las otras. Las sabias les dicen que vayan a comprar, pero ¡todo está cerrado a esta hora! No están preparadas. Las necias salen en búsqueda de aceite y, mientras tanto, llega el novio. El aceite no es transferible. Nadie puede salvar a otra persona.
El gran peligro evangélico es interpretar la parábola para significar que si has hecho profesión de fe, tienes el Espíritu Santo, y por lo tanto no tienes que preocuparte. Esta historia enseña que hay que tener el Espíritu Santo de verdad. Su presencia no es algo en que se cree a pesar de las evidencias contrarias. Se manifiesta en fruto, en buenas obras, en una transformación de vida para ser cada vez más como Cristo. Si uno no está viviendo en el Espíritu, no está preparado.
Llega el novio y se celebran las Bodas del Cordero. Las cinco sensatas entran con él y se cierra la puerta: “Las que estaban preparadas entraron con él a las bodas; se cerró la puerta”, lo mismo que pasó cuando Noé y su familia entraron el arca: Dios cerró la puerta. Las otras llegaron y golpearon la puerta: “¡Señor, Señor, ábrenos! Mas él, respondiendo, dijo: De cierto os digo, que no os conozco”. Esto es sumamente serio. Algunos son salvos y otros parecen serlo, pero no lo son. Las diez iban juntas, las diez llevan antorchas, las diez esperaban, las diez se durmieron, las diez se levantan. Tienen mucho en común. Pero unas son salvas y las otras no. Hay quien camina con Dios y quien aparenta caminar con Dios. Los hay que son miembros de la iglesia evangélica, pero no son verdaderos creyentes. Las apariencias engañan. Hemos de velar y estar preparados. La diferencia está en tener el Espíritu Santo o no tenerlo, en tener una autentica relación con el Señor o no tenerla. ¿Por qué nos lo cuenta el Señor? ¿Para desanimar? ¿Para espantar? ¿Para hundir? Lo cuenta para que el que profesa ser creyente compruebe si realmente tiene el Espíritu Santo por los frutos evidentes del Espíritu que se manifiestan en su vida. Es luz.