LA ESCRITURA EN LA PARED

“Por lo que de su presencia fue enviada la mano que trazó esta escritura: Esta es, pues, la escritura que fue trazada: MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN. Esta es la interpretación del asunto: MENE: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin. TEKEL: Pesado ha sido en balanza, y fuiste hallado falto de peso. PERES: Tu imperio ha sido roto, y dado a los Medos y a los Persas” (Daniel 5:24-28).
Daniel, habiendo dado la explicación de los motivos de Dios al quitarle el reino, ahora procede a leer la escritura y dar la interpretación de la misma. Hace constar que es Dios quien le quita el reino. No es la suerte o el Destino, sino la mano de Dios, la misma que escribió en la pared, la que “tiene dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre él al que le place” (v. 21). No le place que Belsasar siga reinando. La repetición de la misma palabra dos veces significa que esto va a ocurrir en seguida.
El rey ha sido pesado en la balanza de Dios y no da la medida. Esto significa que ha suspendido. No da la talla. Esta balanza no es como el juicio final del Islam en que las obras buenas de una persona están puestas por un lado de la balanza y las obras malas por el otro lado, y si pesan más las buenas, la persona es salva y va al paraíso, y pesan más las malas, es condenada y va al infierno. La escala de Dios no es así. No se pesan las obras, sino la persona. En el mercado, en las balanzas antiguas, se ponía el fruto por un lado y los pesos por otro, y cuando quedaban equilibrados los dos lados, tenías el peso justo. En la balanza de Dios, por un lado se pone la persona y por el otro lado se pone Jesús. Él es la medida de la humanidad perfecta. Ser justo es ser como Él, es tener el mismo peso. La persona que no da la medida se condena. Obviamente no hay salvación posible a no ser que Dios nos concede el mérito de Cristo. Si estamos en Cristo, ¡Él está en los dos lados de la balanza! Así podemos ser salvos, por Su mérito.
El rey Belsasar no se había humillado. Estaba lleno de sí mismo, no de Dios. Él mismo no dio el peso de lo que Dios esperaba de un hombre. Fue pesado en la balanza de Dios y hallado falta de peso. Por lo tanto, es descartado. Su imperio ha sido roto y entregado a los medos y a los Persas. Ya. “En aquella misma noche, Belsasar rey de los caldeos fue muerto” (v. 30).
El contraste entre este rey y su predecesor es la lección que tenemos que sacar. Nabucodonosor tuvo un sueño, sufrió el juicio de Dios por su orgullo, se humilló y tuvo un fin feliz. Belsasar sabía del sueño de Nabucodonosor, no se humillo, tuvo una visión, sufrió el juicio de Dios por su orgullo, y su fin fue trágico. Dios nos mantiene responsables por lo que sabemos. La cuestión es si vamos a humillarnos o no. El orgullo de ser igual a Dios sacó a Lucifer del Cielo; el orgullo de ser como Dios (Gen. 3:5) sacó a Adán y Eva del Paraíso; y el orgullo de valernos por nosotros mismos nos sacará del Cielo y de la presencia de Dios eternamente a no ser que nos humillemos delante de Dios e imploramos su perdón por lo que somos. Esto es lo que nos condena: no damos la medida. Cuando nos humillamos delante de Dios por nuestra condición, Él nos concede la justicia de Jesús. Esta es nuestra salvación. “Cristo padeció una sola vez por los pecados, el justo por los injustos, para llevarnos a Dios” (1 Pedro 3:18). No hay otro camino. Nuestra justicia es insuficiente para salvarnos: llegamos a Dios solo por Él.