BELSASAR SE PASÓ

“El rey Belsasar hizo un gran banquete para mil de sus príncipes, y bebió vino en presencia de los mil. Recalentado con el vino, Belsasar mandó a traer los vasos de oro y plata que Nabucodonosor su padre había sacado del Santuario de Jerusalem, para que bebieran en ellos el rey y sus grandes, sus mujeres y sus concubinas” (Daniel 5:1, 2).
Belsasar tuvo un problema con el orgullo. Estaba fardando delante de mil de sus príncipes con sus mujeres y concubinas y se le ocurrió coger para sí mismo lo que pertenecía a Dios. Su imperio había derrotado a Israel y quería divertirse y engrandecerse a sí mismo profanando el Nombre de Dios, burlándose de su santidad. Así que mandó traer los vasos que Nabucodonosor habado saqueado del Templo en Jerusalén para burlarse, emborracharse aun más, y mostrar que no tenía ningún temor del Dios de Israel. Ya sabía mucho de él de su antecesor, pero no quiso humillarse delante del Rey de reyes, al contrarió, se alzó por encima de Él. Había olvidado lo que Nabucodonosor le enseñó, que “Él puede humillar a los que andan con soberbia”.
Estos vasos eran sagrados. Estaban dedicados a la adoración de Dios en el Templo de Jerusalén. En la conquista de Jerusalén, cuando los soldados de Nabucodonosor entraron en el Templo para llevar al ídolo que adoraban los judíos a Babilonia para colocarlo en el templo de Marduk su dios como trofeo de sus éxitos, no encontraron ninguno. A diferencia de todos los países, el Dios de Israel no estaba representado en forma visible. Así que, los soldados llevaban a los vasos sagrados en representación del Dios de Israel. Cuando Belsasar los pidió para usar en su banquete, sabía lo que estaba haciendo
¡Se ve que uno de sus invitados robó un cuchillo, porque faltó uno en el recuento que tenemos en el libro de Esdras! Ya que estamos con los vasos, vamos a mirar como Dios se ocupó de ellos durante el reino de Ciro, el sucesor de Belsasar: “Y el rey Ciro sacó los utensilios de la casa de Jehová que Nabucodonosor había sacado de Jerusalén, y los había puesto en la casa de sus dioses. Los sacó, pues, Ciro rey de Persia, por mano de Mitrídates tesorero, el cual los dio por cuenta a Sesbasar príncipe de Judá. Y esta es la cuenta de ellos: treinta tazones de oro, mil tazones de planta, veinte nueve cuchillos, treinta tras de oro, otras cuatros cientos diez trazas de plata, y otros mil utensilios. Todos los utensilios de oro y de plata eran cinco mil cuatrocientos. Todos los hizo llevar Sesbasar con los que subieron del cautiverio de Babilonia a Jerusalén” (Esdras 1:7-11). Estos vasos eran sagrados, dedicados a Dios. Él veló por lo suyo, y finalmente fueron devueltos a Jerusalén.
Pues, volviendo a nuestra historia, los del banquete de Belsasar usaron los vasos para beber y adorar a sus dios: “Bebieron vino, y alabaron a los dioses de oro, y de plata, y bronce de hierro, de madera y de piedra” (v. 4). Usaron lo de Dios para adorar a ídolos y, al hacerlo, decidieron su propia condenación. Pasaron el límite. A sabiendas. En aquella misma hora apareció la escritura en la pared: se acabó.
“Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo” (Heb. 10:31).