RESUMEN DE EZEQUIEL (1)

“Estando yo en medio de los cautivos, junto al río Quebar, los cielos fueron abiertos y vi visiones de Dios” (Ez. 1:1).

Ahora que hemos leído la profecía de Ezequiel, el próximo paso es escribir un resumen del libro. El evangelio según Ezequiel empieza con Dios, con su gloria, su pureza, su perfección y su santidad (Capítulo 1). La consecuencia lógica de su santidad es su rechazo absoluto del pecado. Para denunciar el pecado de Israel y prepararlo para sus consecuencias, Dios llama a un hombre, Ezequiel, un joven sacerdote judío llevado cautivo a Babilonia en el año 597 a.C. (Capítulos 2 y 3). Reiteradas veces le avisa de que son “una casa rebelde” y que no le harán caso, pero necesitan comprender lo que está pasando a su país y el por qué (Capítulos 3-9). Al principio piensan que Dios está castigando a Israel por el pecado de sus padres y que ellos son las víctimas inocentes de la ira de Dios, pero, después de años, finalmente comprenden que es su propio pecado el que ha causado la destrucción de Jerusalén, que no ocurrirá hasta el año 539 a.C. Por medio de una serie de obras de mimo el profeta anuncia a los cautivos el sitio de Jerusalén y su destrucción irreversible. Les habla de la idolatría que los mismos ancianos del pueblo están practicando en el Templo; les habla de la corrupción política y social de parte de los líderes de Israel, de la injusticia y la opresión del pueblo que practican. La religión y el gobierno, desde los líderes hasta los ciudadanos, todo está repleto de pecado, injusticia y rebeldía contra Dios.

Dios se va. Abandona el país (Capítulos 10, 11). El profeta tiene la visión de cómo la misma gloria de Dios que vio al principio de su ministerio finalmente se marcha de Israel dejando el país vulnerable a la inminente invasión de Babilonia. Frente a este prospecto tan negro, Dios promete que los cautivos volverán y que Él quitará su idolatría y pondrá un nuevo corazón y nuevo espíritu en ellos, quitará su corazón de piedra y les dará un corazón de carne para obedecer sus leyes y decretos y andar en santidad. En la hora más negra, Dios enciende una vela de esperanza.

Los exiliados están muy preocupados por sus familiares y amigos que se han quedado en Jerusalén. Guardan la esperanza de que Egipto intervenga para defender a Israel. Los falsos profetas les aseguran que no pasará nada a Jerusalén porque Dios salvará a la ciudad donde ha puesto su Nombre tal como lo ha hecho muchas veces en el pasado. El profeta tiene la tarea desagradable de derrocar estas falsas esperanzas y de enfrentarles con la terrible realidad de lo que espera a los que han quedado en Jerusalén. Habla de su exilio, denuncia a los falsos profetas, condena la idolatría, y predica el juicio inevitable, pues Israel ha sido una parra inútil y una esposa infiel y caerá el juicio de Dios sobre ella (Capítulos 12-17).

El profeta explica que el alma que pecare, ésta morirá. Lo que cuenta no es cómo uno empieza, sino cómo termina. No vale una decisión tomada hace años; lo que cuenta es la relación presente. Hay lugar para el arrepentimiento, pero no hay cabida para la apostasía (Capitulo 18). “¿Por qué morirás, oh casa de Israel? Porque Yo no tomo placer en la muerte de nadie, declara el Señor Soberano. ¡Arrepentíos y viviréis!” (18:32, NVI). Este el deseo del corazón de Dios. El resto del libro explica como lo logra. No será por la respuesta de Israel, sino por la iniciativa de Dios.