LOS VALORES DE LA MUJER CRISTIANA (17)

“No que lo haya alcanzado ya, ni que ya sea perfecto; sino que prosigo, por ver si logro asir aquello para lo cual fue también asido por Cristo Jesús” (Fil. 3:12).

            Conocer a Cristo potencia todo lo que soy y todo lo que tengo. ¡Nada de la mujer apagada, anulada o resignada! La palabra es: “¡Adelante!” No vamos a estancarnos, subestimarnos, darnos por vencidas, y morir poco a poco al borde del camino, sino que vamos a recibir poder y fuerza del Señor, visión y ánimo, y nos vamos a levantar para conseguir aquello por lo cual el Señor nos ha conseguido. Nos ha elegido para algo. Vamos a averiguar lo que es y realizarlo: “Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas”(Ef. 2:10). Estas buenas obras forman parte del propósito de nuestra vida. “Mirando… la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Espíritu del Señor” (2 Cor. 3:18). Tenemos la meta de conocer a Cristo, y esto nos va transformando para poder realizar buenas obras.

            Entonces, la meta es ser como Cristo, a la femenina. Queremos ser cambiadas a su imagen. Dios nos hizo a su imagen: “Y creo Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó” (Gen. 1:27); pecamos y estropeamos esta imagen, y en Cristo la estamos recuperando. De este versículo vemos que la imagen de Dios tiene dos partes, la parte masculina y la parte femenina. Como mujeres, nuestra responsabilidad es cultivar, reflejar y ser transformadas para plasmar el lado femenino de la imagen de Dios. Su lado masculino, el dominante, incluye su fuerza, dominio, poder y señorío; su lado femenino es su ternura, paciencia y maternidad. Él es el que nutre y sostiene toda vida, como una madre. Él es el Shaddai, el Dios del pecho, el que alimenta y sostiene sus hijos de forma amorosa y tierna, impartiéndose a sí mismo para dar vida al creyente. Él es nuestro refugio, como la madre que recoge en sus brazos al niño que se ha hecho daño y le consuela; y como el padre, Él defiende y protege, como una impregnable fortaleza en tiempos de guerra.

            De lo que somos, al irnos transformando, fluye lo que hacemos. Dios nos ha dado dones a las mujeres. Es nuestra responsabilidad usarlos para servir a su pueblo y llevar adelante su obra.

            En estos estudios hemos hablado de los valores de la mujer. Vamos a hacer un breve repaso de todo lo que hemos visto en todos los pasajes de la Biblia que hablan directamente de la mujer para hacernos una lista de los que son. Incluyen: el amor a Dios; el temor a Dios; la reverencia hacia Dios; la fe en Dios; la obediencia a su Palabra; la respetabilidad  y dignidad de la soltería; la pureza sexual; el pudor; la virginidad antes del matrimonio; el amor romántico; el matrimonio cristiano; el sexo dentro del matrimonio; la fidelidad al compromiso matrimonial; la maternidad; tener y criar hijos; el respeto a la vida de todo ser humano desde su inicio hasta su ocaso; amor para la familia; ser buena esposa y madre cariñosa; la sujeción al marido; consolar y afirmar al marido en momentos de dolor y zozobra; animar al marido en su búsqueda de Dios y la santidad; ser cuidadora de la casa; el trabajo duro y honrado; ser emprendedora; la iniciativa; ser competente y buena administradora; la formalidad; el cumplimiento del deber; la abnegación; el desarrollo de la persona y el cultivo de sus dones; ser decisiva; ser gozosa; la sabiduría; la inteligencia; la hermosura, la femineidad; la elegancia; la dignidad; la humildad; la valentía; ser virtuosa; el patriotismo; la lealtad; ser agradecida; ser animosa; ser digna de confianza; ser esforzada; la misericordia; la clemencia; la disciplina personal y de los hijos; ser fructífera; la madurez; ser flexible; adaptarse; ser justa y irreprensible; la relación con Dios; la dedicación y la consagración a Dios; adorar a Dios; la oración ferviente; la meditación; la entrega a su voluntad; acoplarse a lo que Dios permite; aceptar la realidad;  el servicio a Dios; la profundidad en las cosas espirituales; ser sociable; la generosidad; la constancia; el control de la lengua; ser buena; enseñar el bien; la templanza; ser hacendosa, la simpatía; la hospitalidad; socorrer a afligidos; gobernar bien la casa; ayudar a pobres; y sobre todo, el valor más importante es Cristo mismo. Valoramos su Persona, su obra de redención, su presencia, sus promesas y la esperanza de vida eterna en Él.