PECADOS QUE DEJAN HUELLA

“Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo” (Lu. 15:21).

            Vamos a volver a esta persona que piensa que ha estropeado su vida y nunca más puede estar en la voluntad de Dios, nunca más puede servir al Señor, que tiene que pasar el resto de su vida sufriendo por lo que ha hecho. Primeramente, solo una persona que ama a Dios con el alma puede sufrir de esta manera. Si no, le daría igual. Desea con todo su corazón hacer la voluntad de Dios, pero cree que se ha descalificado. Ya hemos hablado del perdón de pecado. Esta persona cree que ha sido perdonado, pero que tiene que sufrir las consecuencias de su pecado de por vida. Esta es una mentira del diablo. Cristo llevó nuestro pecado, nuestra culpa, y las consecuencias de todo lo que hemos hecho o dejado de hacer. Dios le castigó en tu lugar. Este pecado ya ha sido castigado. No te va a castigar a ti por lo mismo. Esto sería cobrar dos veces la misma deuda. Dios es justo. No puede hacer tal travestía de la justicia.

            Entonces, ¿qué de las consecuencias? Vamos a poner que eres una mujer que trabajaba en la calle y que tienes diez hijos de diez hombres distintos y luego te conviertes. ¿Qué de los diez hijos? ¿Hay que matarlos? No. Han nacido porque Dios quiso. Ellos llegan a ser la perfecta voluntad de Dios para ti y el medio que Dios usará para tu santificación. No estás bajo maldición, sino bendición. Dices: ¿Cómo puedo servir a Dios si estoy ocupada con tanto niño? ¡Criar a estos niños es servir a Dios! Ellos son tu ministerio. Tú ya estás en el camino de Dios y le complaces atendiendo a tus hijos para Él.

            ¿Qué pasa si ya eras creyente cuando cometiste el error? Hay errores que se cometen de buena voluntad, pensando que es una buena idea y incluso que Dios quiere que hagamos tal y cual, pero luego vemos que no. En este caso, no has pecado adrede. Has obrado en tu inmadurez. Has hecho algo de acuerdo con cómo eres. Y ahora lo ves. Muchas veces el pecado consiste en cómo somos. Esto lo confesamos a Dios, y la misma sangre que perdona el pecado cometido adrede, perdona los fallos de nuestra inmadurez. Las consecuencias igualmente llegan a ser la perfecta voluntad de Dios para nosotros.

            Luego está el caso del creyente que se aparta de Dios y peca. Ya está casado, tiene hijos, vive en cierto lugar, tiene tal y cual trabajo, y nada de esto se puede cambiar. Lo mismo es cierto de él que de los otros casos. “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9). Nuestro pecado no pilló a Dios por sorpresa. Su perfecta voluntad para su vida es que esté casado con esta mujer, que tenga estos hijos, trabaje en esta impresa, y viva en este lugar. Puede ser que haya salido de la droga. Puede servir a Dios bajo su total bendición. Usará su trasfondo para que pueda ayudar a otros.

            ¿Qué dijo el padre al hijo prodigo? “Es verdad que ya no puedes ser mi hijo;  te dejo ser uno de mis empleados, pero nunca más entrarás en mi casa. Estoy desilusionado contigo para siempre”. ¿Dijo esto? En absoluto. Le abrazó, perdonó, le recibió como hijo, y derrochó su amor sobre él, como si nunca hubiese pecado. Selah.