LO QUE NO SIGNIFICA EL PERDÓN

“Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial: mas si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas” (Mat. 6:14, 15).

            El perdón significa que no vas a buscar venganza; no vas a guardar rencor en tu corazón; no vas a odiar, y no vas a juzgar y condenar al ofensor. Cuando perdonas una deuda, la persona ya no te debe nada; no vas a cobrar por lo que te han hecho. “No os venguéis vosotros mismos, amados míos, sino dejad lugar a la ira de Dios; porque escrito está; Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor” (Romanos 12:19). Perdonar es dejar el asunto en manos de Dios para que Él haga justicia, y lo hará porque es Dios justo. Perdonar quita el veneno de tu cuerpo para que la ofensa no siga haciéndote daño. Te da paz, porque sabes que ¡Dios pagará al otro lo que le debe! Al final habrá justicia. Mientras tanto, tú puedes recuperarte, libre de todas las emociones negativas que te trastornaban. Lo tuyo es: “Si te enemigo tuviere hambre, dale de comer; si tuviere sed, dale de beber; pues haciendo esto, ascuas de fuego amontonarás sobre su cabeza. Y Jehová te lo pagará” (Rom. 12:20 y Prov. 25:21, 22). Dios está contento con esta actitud en un hijo suyo y lo recompensa.

            Habiendo hablado de lo que el perdón significa, ahora vamos a hablar de lo que no significa. No significa que: “Aquí no ha pasado nada; borrón y cuenta nueva”. Si que ha pasado algo, y algo gordo. Todavía consta, pero ahora no te toca a ti vengarte. Nuestro perdón no es el perdón de Dios. No quita el pecado. Lo deja en manos de Dios.

Tampoco significa que olvides lo ocurrido. ¡Tu memoria no deja de funcionar! Te acuerdas, pero no con el mismo dolor o las mismas emociones. Al recordarlo, no te hace el terrible daño que antes te hacía.

No significa que no te protejas. Si ha ocurrido un crimen, todavía tendrás que denunciarlo. Si has sufrido malos tratos, no vas a tratar al maltratador como si no lo fuese. No vas a confiar en él. Le evitas. No le vas a dar más oportunidades para agredirte. Si una amiga te ha traicionada la confianza, la perdonas, ¡pero no le vas a contar tus secretos! Si un pedófilo ha hecho daño a un niño, no le vas a poner como maestro de la escuela dominical. Si un hombre casado tiene demasiada amistad con una mujer de la congregación, no significa que lo perdones sin prohibir que estén juntos a solas, y no permitirás que sigan colaborando juntos en el ministerio de la iglesia. A un ladrón no le vas a dar trabajo en un banco. Si uno es maleducado, no le pondrás en la puerta para saludar a los que vienen. Si un pastor ha demostrado que realmente no ama la congregación, si no la atiende, si no hace visitas, si no se preocupa por los que sufren, si no corrige a los que van por mal camino, no le vas a dar una segunda oportunidad. Sencillamente, no es su llamado. Si un anciano no atiende bien a su familia, no es cuestión de perdonar y decir: “Todos somos humanos”. Claro que lo perdonas, pero hacen falta muchos cambios antes de que pueda seguir en su ministerio, y estos requieren tiempo. Si la persona perdonada no reconoce su pecado, tiene que haber serias consecuencias. ¡El amor y la misericordia no significan que perdemos el uso de la razón! Puedes perdonar a la que cuida de tus hijos su negligencia, pero no la dejarás seguir trabajando para ti. Después de perdonar, necesitamos sabiduría para saber cómo tratar a la persona, y ella tendrá que demostrar durante un largo periodo de tiempo que realmente se ha arrepentido y que ha cambiado, para poder volver a confiar en ella.